Y una vez más, estamos aquí. Otro día más, pintamos de azul los momentos grises y volamos alto, muy altos. Siempre juntos, tú y yo. Es de algún modo, algo único, especial.
Hoy quería contarte una historia...
Ella se había fijado en él, pero nada en especial. Lo único que no pudo entender es que conectasen tan bien. Algunas tardes de risas acabaron en un día único. Ella, sin darse cuenta estaba loquita por él. Algo echaban en la pantalla del cine pero ella se giraba, le miraba. Y se reía tontamente. Qué sonrisa y qué ojos para perderse en ellos. Le quitaba el aliento. Además, él tenía algo especial, algo de lo que ella sigue enamorada 246 días después. Se podría decir que es la mágica forma que él tiene de hacerla reir. Y entonces ella cayó enferma de amor, por unos ojos, por una boca. Por un odioso. Le mostró, en cada momento posible, que tenía ganas de él.
Y aquella noche de jueves, le buscó y volvió a buscar, en un sin fin de intentos. Su boca. Le tuvo hasta a dos centímetros, y cuando ella creía que ya no habría distancia. Él se volvía y se marchaba lejos otra vez. Y la encontró, encontró su boca. En plena noche, y en plena calle. Se acercó a él, por última vez, para conseguirle. Y ahí, otra vez, a dos centímetros. Volvía a tener miedo de que él se fuese a volver, pero a la vez esperanza. Y ahí sus bocas, se encontraron. Lo que ellos, ni toda esa gente que había a su alrededor podían imaginar, es que juntos crearían la historia de amor más perfecta del universo. Y aunque pasasen los años, los siglos, y las pequeñas (pero enormes) distancias, siempre estarían juntos. Ese beso, único. Y esperado. Al separarse, las mejillas encendidas y y las tímidas sonrisas delataban lo que ese beso había creado. Eterno.
Tuya. Mío. Siempre.
Te quiero.
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