He tenido unos últimos meses de bastantes decisiones que tomar, de más cosas que valorar y sobre todo, infinitas conversaciones sobre mí y mis decisiones.
En todas esas conversaciones me terminaban diciendo lo mismo. Independiente. Con ganas de volar. Ahora ya entiendo por qué los amigos de mis abuelos se refieren a mí como la del "culo inquieto.
Independiente. Independiente.
Independiente.
Ser independiente es difícil. Mi madre me lo dice, soy como ella. Predispuesta a cualquier cosa y ambiciosa. Te hace ser fuerte. Bueno, me equivoco. Fuerte te ven los demás, para uno mismo, todo se queda dentro. Y muchas veces, por no decir siempre, termina en caos. Te lo has guardado tanto y durante tanto tiempo, que en el momento que estallas ya ni sabes por qué es. Gran aspecto negativo. Pero el ser independiente te hace madurar antes o por lo menos en mi caso. Me he cansado de escuchar que soy madura para mi edad. Y eso muchas, quizás demasiadas veces, lo he odiado. Sin embargo, ser independiente me ha traído las mejores cosas de mi vida.
Volar.
El 'echar a volar' como dicen, ya sea a otro país, o simplemente unos kilómetros más por la Nacional 2 dirección Madrid, lleva mucho. 'Te vas a equivocar', 'es un error' o 'ya tendrás tiempo para eso' se han repetido bastante en mi cabeza últimamente. 'Piénsatelo bien'. Como me joden esas dos palabras. Pensar, demasiado pienso muchas veces y no es bueno. Y esta ha sido una de ellas.
Los cambios así, en la vida suelen ser bastante meditados, pero todos nacen de un impulso. Los que he tenido hasta ahora me han venido bastante bien, esperemos que lo venga sea igual. Y si no, la vida es así. Tomas decisiones equivocadas o simplemente no cuadran. Y así aprendes. Y tras eso, otro impulso. Otra decisión. Otro despegue y otro aterrizaje.
Miedo a volar.
Echarse a volar implica miedos. Pero no para mí, sino para mis pilares. Mamá me suele decir que soy muy poco familiar. Cuando cada día que pasa les abrazo con más ganas. Y cuando no se lo esperan. Me gusta esa sensación. Me recuerda a ti...
Joe, Yaya te echo tanto de menos. Me gustaría que me vieras, aunque se que lo haces. Estarías orgullosa de mí por volver a ser yo. Echo de menos tus manos y el olor de tu cocina. Debes saber que no volví a entrar en tu casa, miento, lo hice en una ocasión y no pase del salón. Me gusta echarme la siesta en la que era tu habitación, en tu sofá rojo...
Por mucho que quiera volar y vuele, el motor del coche, el sonido de la puerta del garaje al subir, el olor a cocido que invade la casa, y miles de detalles más se irán conmigo. Por eso mamá, no tengas miedo, que siempre estaré para echarme una salsa o una rumba contigo en el salón.
Estos últimos meses de tanto pensar, he recuperado cosas que hacía tiempo perdí. Ilusión. Escribir a todas horas, planes, muchos planes, buena música, devorarse libros, hacer el tonto hasta cansarme... Qué bien sienta joder. Puedo decir que tras un año de transición y de impulsos más bien un poco gilipollas, vuelvo a ser yo. Más mujer dentro de un metro y medio. Y más ganas de hacer niñeces. El mejor es quién lo aguanta, y él lo sabe.
¿Cómo llamar a esto? Digamos que el tiempo para mí y mis "pequeños placeres", como decía una gran amiga que de vez en cuando asoma por aquí y a la cual echo de menos, ha vuelto.
Yo. Mi. Me. Conmigo...
Y mis pilares.
(A mamá.
A papá, y a Paula.)
(A mi vida)
(A mi familia, campamental y de corazón. A mis amigos)
(Y sobre todo, a tí Yaya. El buen tiempo ha vuelto y ya no te veo limpiar las pilistras desde mi ventana. Te echo de menos. Te quiero)
A todos vosotros,
YO, de nuevo.
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