Esto ha empezado así, sin razón pero con algo grande, algo que tu y yo sabemos que no se va a apagar.
No me acuerdo de la primera vez que te vi, ni de la primera vez que cruce palabra contigo, pero sí me acuerdo de la primera vez que fuiste culpable de mi risa, de la primera conversación que tuvimos a solas, de la primera vez que sentí que algo estaba pasando... De la primera vez que al verte, sonreí. Me acuerdo perfectamente de cada uno de los momentos de aquel sábado, de cada sonrisa, de cada suspiro. Me acuerdo de ese domingo, ese lunes, ese martes y ese miércoles. En los que te intenté cuidar como si me fuese la vida en ello, en los que hablar contigo me mantenía sonriente. Me acuerdo de la noche de aquel jueves, de cómo apareciste por detrás. De cómo yo, al borde de un ataque de nervios, busqué tu boca, busqué cada beso posible. Me acuerdo de aquel otro sábado, en el cual sentí mucho, ni te imaginas cuánto. Todo, absolutamente todo lo que pasaba a nuestro alrededor me era indiferente. Me acuerdo de esa semana, de todas esas tardes contigo, de todas y cada una de las noches que pasamos en vela, charlando como dos locos, juntos, pero en distintas camas.
Y así todo, hasta hoy.
Porque no recuerdo no haberme acostado sin un buenas noches tuyo, ni despertado con un buenos días salido de tu boca en este último mes. Y creo que tampoco recuerdo el no haber deseado que estuvieses todas las noches en mi cama. Y sí, eso es tuyo, esto es tuyo, yo soy tuya.
Pero eh, que no quiero que pares, sigue acostándome cada noche, sigue despertándome en cada amanecer. Que no me canso. Ni de tenerte, ni de quererte.
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